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sábado, 21 de febrero de 2009

Camino a la tierra

Mayo 30 del año de nuestro señor 2011

llovió en la ciudad de México. En twitter publiqué mi predicción de lluvia, y tres horas después que llueve. Es que desde la mañana, un viento diferente me despertó, un viento fresco, apenas perceptible, pero suficiente como para sentir el cambio inminente de clima. Es temporada de lluvia y se habían tardado más de lo que siempre deseamos. Bendita lluvia.

Gracias a José Alvarado que se apuntó como seguidor a mi blog, ya valió la pena el esfuerzo. Pronto voy a subir fotos.

Pero a propósito de las lluvias, del agua, de nuestro campo, nuestra historia e identidad. Lamento reconocer que vamos perdiendo la batalla; nuestras costumbres se van perdiendo, ya no hay mojiganga, con sus negritos bailarines, ya no se ven muchas crecientes para ver los burros de agua bajando y partiendo el pueblo en dos... Ya no se oye ese sonido profundo de las crecientes que eran un cántico a la madre naturaleza. Ya no se ve al mezcalero, al del pan que se llamaba fruta de horno.

En fin. les quiero compartir la historia de unos campesinos que lograron regresar fauna de tierras deslavadas por la erosión, infiltran agua al subsuelo mediante pozos especiales, así, en vez de que el agua de lluvia se vaya al drenaje, a revolverse con aguas negras, la metemos en nuestra propia región a humedecer la comarca. Recuerden que hace muchos años, será unos cincuenta; había pequeños jagueyes, pozos que se excababan en puntos definidos para captar el agua, más que lo que podían guardar, era la que podían infiltrar al subsuelo, y si esas pozas se hacían en partes altas, logicamente que los afluentes o veneros, ojos de agua, se verán favorecidos de manera notable. Debemos empezar a hacerlo. La naturaleza nos dá la oportunidad de seguir viviendo de ella. Apoyemosla. Más información en www.goldmanprize.org

Allá la noche de los profundos sueños, aguarda inmensa, quieta como pantera ambrienta y al acecho.

El jóven-niño, monta sobre los lomos del caballo, los cascos suenan secos, perforando el silencio de la noche negra.

Un grasnido lejano precede al aleteo furioso de la lechuza, que emprende el vuelo hacia su nido, la noche va levantando el vuelo de su manto. El pueblo queda atrás, la noche inmensa se monta sobre el solitario jinete, un aullido lejano, anuncia la retirada del coyote ambriento, le sucede respuesta en la montaña, y un coro de ladridos ateridos de frío y miedo, se levantan por el pueblo entero. El siseo de la noche sopla suave, el viento es fresco, la sábana de estrellas cintilantes, y la mirada atenta en la vereda. Ya se mira de frente, hacia occidente, el arrebol muy tenue del díos astro, reflejado entre nubes que curiosas, dejan estelas de pasadas lluvias.

Y como coordinado por una fuerza viva, estalla en la montaña, y en la loma, en la planicie fresca, inmensa, el parloteo del pájaro y el trino del zenzontle mañanero, el gorgeo del gorrión, el cántico estruendoso de los gallos. Ladridos plañideros, voces de algún motor mal afinado.

Para entonces, el hombre-niño, ya ataca a los voraces predadores del sorgo y de mazorcas, sobre sus hombros blande por lo alto, el látigo que en sintonía precisa, estalla tras el brusco jalón y haciendo el trueno a los tordos espanta de la milpa.

Se sucede despues, como un concierto, el estallido sordo del cohetón, el agudo silbido al ir subiendo, y las hordas de tordos, remolineando, ya con el sol en pleno sortilegio.

La mañana se vuelca en mil suspiros, en voces apremiando a la premura, mientras la tierra esplende ante los hombres, el fruto premio que le dá al esfuerzo.

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